De familias postizas y cargamentos de marihuana
crítica de Somos los Miller | We’re the Millers, Rawson Marshall Thurber, 2013
Jennifer Aniston es una de esas
actrices que despiertan tantos amores como odios entre el público. Desde
que dejara de ser la Rachel de Friends, se encasilló en comedias
románticas donde sus personajes seguían un patrón demasiado similar al
del papel que la hizo popular. Con la independiente The Good Girl (2002) dejó
entrever que bajo esa copiada melena rubia subyacía una competente
actriz dramática que, lamentablemente, no ha vuelto a emerger. Eso sí,
algunas de sus últimas comedias han intentado mostrar a una Aniston más
salvaje e irreverente –especialmente celebrado fue su rol de jefa
acosadora sexual en la divertida Cómo acabar con tu jefe (2011), aunque también disfruté con sus aventuras erótico-festivas en la comuna hippie de Sácame del paraíso (2012)–
que, para ser sinceros, preferimos a su versión modosita y cursi de
antaño. Ahora, con 44 años cumplidos, Jennifer se permite alimentar su
ego apareciendo ligerísima de ropa y contoneando su envidiable cuerpo en
la piel de una stripper venida a menos en su nuevo trabajo, Somos los Miller.
Sobre esta nueva faceta sexy de la novia de América se apoyó gran parte
de la campaña promocional de la película y el resultado no ha podido
ser más satisfactorio (casi 250 millones recaudados hasta el momento en
todo el mundo).
La historia, como era de esperar, suena sobre el papel mucho más trasgresora de lo que finalmente acaba resultando en su traslado a imágenes. David, el protagonista principal, es un camello de poca monta que se ve obligado a aceptar un peligroso trabajo para saldar una deuda con un poderoso traficante. Cruzar la frontera que separa a los Estados Unidos de México para recoger un enorme cargamento de drogas y traerlo consigo sin despertar sospechas es toda una misión suicida. El plan para lograrlo será reclutar a una stripper acosada por las deudas, un británico de 18 años sin demasiadas luces (y virgen) y una malhablada adolescente que vive en la calle para que se hagan pasar por una típica familia cristiana y tradicional que va de vacaciones. Con semejante fauna de personajes, el enredo y las risas son inevitables. El tema de las familias de pega no es algo nuevo bajo el sol –Fernando León de Aranoa lo utilizó en su debut Familia (1996) y para la independiente La familia Jones (2009), con David Duchovny y Demi Moore, sirvió de leitmotiv para ofrecer una interesante crítica sobre el consumismo–. En Somos los Miller, en cambio, se busca la simple diversión, sin demasiadas dobles lecturas. No obstante, su director es Rawson Marshall Thurber, cuya obra más conocida había sido la floja comedia deportiva Cuestión de pelotas (2004), a mayor gloria de Ben Stiller. Lo primero que llama la atención de esta road movie es el talante provocador y subidito de tono de muchos de sus gags y diálogos, sobre todo en su primera mitad.
No estamos, pues, ante la típica comedia americana para todos los públicos, por mucho que Jennifer Aniston esté como cabeza de cartel. Más bien, bebe Somos los Miller del humor irreverente y adulto propio de los hermanos Farrelly (incluso hay una escena en que se muestra unos genitales masculinos tremendamente inflamados por la picadura de un insecto, que nos trae a la memoria aquel memorable gag de los testículos atrapados por una cremallera en Algo pasa con Mary (1998)–. Jason Sudeikis, uno de esos cómicos tan famosos en Estados Unidos por Saturday Night Live (aunque en el resto del mundo pasen más bien desapercibidos), debuta como protagonista en esta película y el resultado es realmente satisfactorio. Hay que reconocer que el tipo tiene carisma y gracia, aunque el resto del reparto no se queda atrás, desde una Aniston más desatada que nunca (genial la ocurrencia del paquete de marihuana reconvertido en bebé) hasta una Emma Roberts a la que la mala leche no le cabe en su minúsculo cuerpo y, como gran revelación del filme, el joven Will Poulter –visto como el primo de los chicos de Las crónicas de Narnia: la travesía del viajero del alba (2010)–, que, con su perpetua cara de pánfilo, arranca las mayores carcajadas del público. Luego están las impagables aportaciones secundarias de Ed Helms como mafioso megalómano y caprichoso y Luis Gómez como policía mexicano gay. Ahora bien, si hay unos personajes que merecerían su propio spin-off por su capacidad de eclipsar a los auténticos protagonistas, esos son los Fitzgerald, otra familia (ésta sí de verdad) con la que se topan en el viaje y que se verá inmersa por accidente en su peripecia criminal. Nick Offerman y Kathryn Hahn están absolutamente desternillantes.
Ahora bien, no hay que engañarse tampoco. A pesar de su extensa galería de gags pretendidamente traviesos (el amago de ménage à trois entre los Miller y los Fitzgerald en la tienda de campaña, el curso intensivo y en familia sobre cómo besar con lengua, alguna broma sobre la migración) y el aparente cinismo con el que retrata el núcleo familiar tradicional, Somos los Miller termina cayendo, en su tramo final, en los convencionalismos propios de la comedia más inofensiva y poco arriesgada. Al director le falta valor para llevar la mala leche de su propuesta hasta las últimas consecuencias y el resultado final presenta cierta domesticación de cara a los intereses del estudio. Pero al menos, hasta llegar a ese punto del viaje, el espectador ha tenido tiempo de echarse unas risas (y más de una carcajada) con las accidentadas aventuras de esta atípica y desastrosa familia que, como no podría ser de otra manera, acabará desarrollando auténticos lazos afectivos entre sus integrantes, todos faltos de cariño hasta entonces. ★★★★★
José Antonio Martín
redacción Canarias
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