Artículo por Eduardo Fidanza | Para LA NACION
Temprano en la mañana, funcionarios nerviosos, con postura corporal rígida y ceño fruncido, anuncian en pocos segundos una medida económica confusa, tomada de apuro, buscando aquietar la presión del mercado informal de divisas, cuya existencia y relevancia habían negado enfáticamente hasta entonces. Cumplida la tarea, huyen de los periodistas, dejando apenas una advertencia cifrada para los culpables de turno.
A esa hora, desentendida de los rumores de la política y la economía, la gente se despereza del calor y la tormenta. En la ciudad se respira otro aire, después del bochorno. Si hay luz, pronto se encenderán los televisores, se iluminarán las pantallas de las computadoras y de los teléfonos inteligentes. Regresarán el flujo de información, el tedio del trabajo, las preocupaciones cotidianas. El fin de semana apenas amortiguará la angustia que provocan el dólar y la inflación, nuestros flagelos recurrentes.
Los argentinos, agobiados por el calor, habían respondido a los últimos sondeos manifestando hastío, preocupación y desconfianza. La imagen de las autoridades está en franco descenso y las expectativas sobre la marcha del país se desploman. La mayoría espera un mal 2014 y repudia la política económica. El frenético aumento de los precios, los cortes de luz, la ausencia de liderazgo, los saqueos, el miedo al delito calaron al fin en la sociedad, que le resta apoyo y confianza al Gobierno. En ese marco, la máxima autoridad del país, que optó por el silencio después de acostumbrar a sus súbditos a apariciones diarias, regresó a las pantallas para anunciar un plan social y dar su versión de los hechos.
Cristina Kirchner fue fiel a sí misma en medio del vendaval. No se refirió a las preocupaciones cotidianas de la mayoría. Por el contrario, recordó logros en materia de salarios, disminución de la pobreza, empleo y planes sociales; lanzó un programa bien intencionado para asistir a los jóvenes que no tienen trabajo ni estudian; culpó ritualmente al neoliberalismo de las desgracias sociales; cuestionó a los medios, reivindicó las utopías y afirmó que el pecado es la mentira. En fin: negó toda fragilidad; omitió los errores, las mendacidades y la corrupción de su gobierno; aludió a conspiraciones, hizo responsables de los problemas a poderes solapados, enemigos del interés general; esparció absoluciones y condenas. Se mostró intemporal, sin registro de las angustias públicas. Igual en las dificultades que en la prosperidad.
La actitud presidencial parece un síntoma de debilitamiento. No sólo se desvaloriza la moneda, en paralelo asistimos a una rápida devaluación del poder político y, con ella, a una amenaza cierta de desorganización social. Acaso el exceso de ideología anestesia al Gobierno para percibir esta acechanza. Da la impresión de que el orden social no se encuentra en la caja de herramientas del populismo radicalizado. Quizás esta omisión sea un reflejo setentista. En aquel tiempo, el orden era una mala palabra para los que querían cambiar el mundo.
Aquí un hallazgo paradójico. Tal vez
Talcott Parsons, un sociólogo conservador, aborrecido en esa época,
pueda ayudarnos a entender la naturaleza del problema que enfrentamos y
lo que puede ocurrir, en caso de que el rumbo no se corrija a tiempo.
Esta explicación es aun más actual si se considera que el kirchnerismo
hizo de la “caja” un resorte crucial del poder. Me explico: Parsons
estableció una analogía entre el dinero circulante y el poder político.
Uno facilita las transacciones económicas, el otro hace posible los
intercambios políticos. En el origen, el dinero era un metal con valor
intrínseco o se respaldaba en él; luego se transformó en papel moneda,
cuya clave es la aceptación general, no el sostén en metálico. Con el
poder político, dirá Parsons, ocurre algo similar: al principio, su
fundamento fue la coerción física; después se generalizó, basándose en
el consentimiento de los gobernados. Así, el respaldo monetario y la
violencia estatal, resortes primigenios del poder, se limitaron a ser
reservas de última instancia, dejando el lugar central a las creencias.
La economía y la política devinieron así en poderes simbólicos,
asentados en la confianza institucionalizada en el sistema. Ése es el
fundamento del orden social bajo el capitalismo. Gracias a él la
sociedad funciona.
Si esta interpretación es plausible,
estamos en problemas. La Argentina asiste a una dramática doble caída.
Se desploma la confianza en la moneda y decrece la legitimidad de las
autoridades. Es decir: se volatilizan los principios simbólicos del
orden y quedan expuestas, entonces, las reservas últimas del poder: el
dólar, verdadero metal precioso del país, y los medios físicos de
coerción, que el Gobierno, con razón, no quiere utilizar, pero que serán
necesarios si cunde la desorganización social, como ya sucedió con los
saqueos.
La Presidenta debería reflexionar,
dejando de lado la negación. No habrá dólares que alcancen, ni represión
eficaz, si la sociedad, presa del pánico, busca por sus propios medios
la confianza y los recursos que el sistema le está negando.
La famosa pose de Clint Eastwood, casi calcada por Sigourney Weaver en Alien 3 y posteriormente en Cowboy Aliens.
Artículo por Carlos M. Reymundo Roberts | LA NACION
Vibran las gargantas, se agitan las palmas. De pie, señores. Que se detenga el mundo ante las dos grandes novedades de la semana. La primera es que la señora está otra vez entre nosotros. Espléndida detrás de un maquillaje que le llevó dos horas. Enojada, como corresponde. En cadena, porque todavía hay gente que no sabe elegir. Estratégicamente descontracturada y dispersa. Haciéndole pito catalán a la realidad, que es una dama irrespetuosa que le hace pito catalán a la señora.
La segunda noticia es que quedó confirmado lo que Cristina dijo tantas veces. No hay cepo. Nunca lo hubo. Había ciertas restricciones menores, que ayer fueron derogadas a partir del anuncio que con tanto entusiasmo presentaron Capitanich y Kicillof. Es una lástima que hayan salido poco menos que corriendo después de comunicar la novedad: se perdieron el aplauso que les iban a tributar los periodistas, por la dignidad y entereza con que cumplen su parte del relato.
En realidad, lo único importante es que volvió Cristina. Volvieron la alegría, los ataques a los medios, el anuncio de soluciones para problemas de los que nunca nos había hablado. Qué bueno: en esta Argentina primero son las soluciones y después los problemas. Volvieron el combo de tres discursos, los mohínes entre afectados y arrabaleros, las cámaras que la persiguen por los pasillos mientras ella, como Francisco en San Pedro, detiene la procesión para besar chicos, sacarse fotos con desconocidos y sonreírles a esas cámaras militantes.
Volvió a detenerse durante cuatro o cinco horas el Gobierno, porque el Gobierno en pleno fue a darle la bienvenida a la Presidenta, que sabe que de ese modo durante cuatro o cinco horas las cosas funcionarán mejor. Dos o tres actos por semana y el país sería otro. Volvió la risa espontánea y contagiosa de Boudou. En lo personal (permítaseme la digresión), yo lo veo a Amado y pienso: valió la pena. Si el kirchnerismo hubiese irrumpido en la historia sólo para alumbrar a un tipo como él, ya estaría justificado. El mundo de la política, las finanzas, la producción de papel moneda, los inmuebles, el turismo y las motos no son los mismos después de su aparición. Puerto Madero no es el mismo. Nuestro amado vice es una creación necesaria y suficiente; quiero decir, la Argentina necesitaba a alguien como él, y ahora que lo tiene ya no necesita muchas cosas más.
Pero sigamos. Qué noche la del miércoles. A la Casa Rosada volvieron La Cámpora y los cánticos de "los pibes para la liberación", que con ese himno celebran -recién ahora lo entiendo- la liberación de los precios, de los presos que se escapan todos los días de las cárceles, el dólar y las reservas.
Qué noche, Cristina. ¿Recuerda la última vez? Usted, bailando y golpeando una cacerola en la Plaza de Mayo, convertía en fiesta a un país que por esas horas sufría con los saqueos, las revueltas policiales y las decenas de muertos. Lo mismo el miércoles. De día, la mayor devaluación desde 2002, el blue a más de 12 pesos, la sensación de que en la City se cocinaba algo horrible. De noche, batucada en la Casa Rosada, lluvia de subsidios para el millón y medio de chicos que ni trabajan ni estudian (no entiendo cómo tantos chicos dejaron pasar la década ganada) y tres discursos que nos hablaron del país que no sabemos ver.
Me gustó, señora, verla hacer cosas raras, distintas, como cuando se puso en cuclillas detrás de un balcón para mirar a la multitud. Siempre hay que sorprender, demostrar cierta irreverencia. Excentricidad rima con genialidad, Cristina. Está bueno que nos demuestre qué bien está su salud física y espiritual.
También me gustó que equiparara la interpretación que hicieron los medios de su ausencia con la desaparición de personas en la última dictadura. Son situaciones totalmente comparables. Dos gotas de agua. A un discurso suyo y a una buena condena a los medios nunca deben faltarles la década del 70 y la violación de los derechos humanos.
Una frase feliz fue ésta: "Perdón, chicos, me voy a otro patio porque hay otra gente que me quiere ver". Las cosas en su lugar: nada de que usted quiere verlos; hay otros que quieren verla a usted. Me hizo acordar a su ya legendaria "que se corra el de la cámara para que los de atrás me puedan ver", dicha en un acto hace años. Perfecto. Cada tanto hay que recordar quién es quién en el sistema solar.
Por cierto, nos quedamos tranquilos cuando Cristina confirmó el viaje a Cuba para la cumbre de la Celac, que es una especie de OEA, pero más caribeña. La señal a los mercados es conversar con el FMI, pagar en el Ciadi, el acuerdo con Repsol y negociar con el Club de París (ahí les mandamos a Kicillof, que les explicó la plusvalía y los amenazó con volver a hacerlo si insisten en querer cobrar todo lo que les debemos). La señal a la militancia es el viaje a La Habana. La Argentina no tiene problemas serios, y para los pocos que tiene, de allí puede venir la solución.
Ustedes se preguntarán cuánto hay mío en el mensaje del miércoles. Modestia aparte, mucho. Y ya estoy trabajando en la próxima cadena. La señora me lo explicó en la intimidad: "En este país ingobernable de Capitanich no hay cosa que no se pueda arreglar con un buen discurso".
Miniaturas
La década ganada en cinco palabras
En su desconcertante repliegue, la Presidenta optó por llevar la Plaza de Mayo dentro de la Casa de Gobierno. En esa plaza interior, devaluada, montó el reality que la tiene como celebrity excluyente y se blindó de las inclemencias que arrecian en el exterior. Allí se desarrolló la liturgia de siempre.
Cristina jugó el juego de la seducción ante una platea de aduladores e incondicionales. Y en las digresiones, que son el corazón de su mensaje, apeló a las armas que mejor conoce: profundizar la división y victimizarse.
"Yo sola no puedo", se quejó con picardía. Con dos imágenes de Evita detrás, ante la mirada arrobada de sus jóvenes seguidores, rescató el valor de las utopías y se manifestó, como los grandes artistas y los mártires, "totalmente despojada de toda ambición".
A la hora de tallar en la brecha, dedicó su talento verbal a los medios: "El pecado es mentir, nunca creer", dijo. "Algunos mienten y otros creen". Muchos habrán pensado que hasta ahora nadie había definido de modo tan sintético y rotundo la década ganada.
- La estrategia oficial es comprar tiempo más que confianza,por Néstor Scibona
"Con la corrida cambiaria, el gobierno de CFK está pagando el costo de no tener siquiera una hoja de ruta, que permita prever mínimamente qué ocurrirá en 2014 con el aumento del gasto público, los subsidios, la emisión monetaria, la política cambiaria, los precios, salarios y las restricciones a la importación".
- Un anuncio vacío de contenido; o sea, nada ha cambiado, por José Luis Espert
"Lo único concreto es que han reducido del 35 al 20% el anticipo de Ganancias para la compra de divisas para viajes al exterior y para las compras con tarjetas en el exterior".
- Remedios aislados e insuficientes, por Jorge Oviedo
"Kicillof y Capitanich parecen haberse desengañado de todas sus ideas alternativas al ajuste estructural clásico. Parecen estar siguiendo, a tontas y a locas, con desprolijidades y desaciertos, una receta habitual de ajuste del Fondo Monetario Internacional. No sería raro".
- La destrucción de nuestra moneda (Editorial)
"Alcanza con observar nuestro billete de máxima denominación, el de cien pesos, para comprender hasta dónde ha llegado el deterioro provocado por el descontrol fiscal y monetario de nuestro país".
- Qué cepo ni qué ocho cuartos: ¡volvió Cris!, por Carlos M. Reymundo Roberts
"Quedó confirmado lo que Cristina dijo tantas veces. No hay cepo. Nunca lo hubo. Había ciertas restricciones menores , que ayer fueron derogadas a partir del anuncio que con tanto entusiasmo presentaron Capitanich y Kicillof".
- La clave es cambiar la expectativa en la población, por Orlando J. Ferreres
"Si bien las medidas van en el sentido correcto, al anunciarse deshilvanadas y de una en una, no generan el mismo efecto positivo que el que se podría lograr con un plan general anunciado con coherencia y de una sola vez".
- El Gobierno hace lo imposible por generar desconfianza, por Roberto Cachanosky
El problema que ahora tiene el Gobierno es que no ha fijado una clara política cambiaria, por lo tanto, quien tiene que exportar espera a que el dólar oficial siga subiendo, y quienes tienen que importar se apuran a ingresar sus mercaderías para pagar con un dólar más barato.
- Una medida atrevida que pierde efecto sin un verdadero plan integral, por Luis Eduardo Curia
La flexibilización del cepo es una medida atrevida. En el terreno ideal, el ir desarticulándolo es aceptable. Pero luego viene el análisis de las implicancias concretas inmediatas. Prima facieel dólar de referencia para atesoramiento luce relativamente barato y, en este contexto, es sugerente para comprar".
- La demanda de divisas aflojará cuando se ocupen de la inflación, por Miguel Peirano
"Obviamente esta medida implica utilizar reservas, y no puede ser sostenida en el tiempo si no hay decisiones de fondo de política económica que permitan reencauzar la situación, y generar mayores ingresos de dólares o menor demanda".
En América latina, la Argentina sólo es superada por Venezuela en cuanto a pobreza de la capacidad de compra de su billete de máxima denominación. En Venezuela, tal billete es el de 100 Bolívares Fuertes que, al tipo de cambio paralelo de ese país, cotiza a apenas un dólar con cuarenta centavos. Debemos sentirnos afortunados: en la Argentina, nuestro billete de máximo valor, el de 100 pesos, alcanza para obtener unos US$ 8. Y, a partir de allí, en Paraguay el valor equivale a US$ 22; en Colombia, a US$ 25; en Bolivia, a US$ 29; en Chile, a US$ 36, y en Perú, México y Uruguay, los valores van desde los US$ 70 hasta los US$ 90. Para que el valor de nuestra moneda se asemejase a los US$ 25 de equivalencia a otras monedas de la región deberíamos retrotraernos hasta 2011, ya que, luego de implantado el cepo cambiario, se aceleró el derrumbe del valor de nuestro signo monetario.
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