Si de verdad existiera el Más Allá, es más probable que Jesús y Lina
fueran al Infierno antes que al Cielo. Pero, de existir ese Otro Lado,
ambos se habrían reencontrado hoy y, a estas alturas, ya estarían
rodando una nueva película juntos... con una estrella invitada llamada Soledad Miranda.
Y después de recordar anécdotas, Jesús se reiría al comprobar cómo hoy
se habla bien de él y de Lina cuando, en vida, apenas se les tenía por
unos locos descastados que no eran capaces de seguir las normas y que
vivían en su propio mundo.
Agraciada con un rostro entre lo angelical y lo perverso, perfecto para
los géneros de su elección, y provista de un desparpajo que nunca caía
en lo vulgar.
El tándem Romay-Franco fue uno de los equipos creativos más
inclasificables del cine español de los 70 y 80, entregando títulos de
terror (Los ojos siniestros del Doctor Orloff), películas eróticas (Shining Sex, Mil sexos tiene la noche) y otros filmes que hibridaban ambos lenguajes (Macumba sexual).
Romay (quien, por propia confesión, no disfrutaba viéndose en la pantalla) trabajó en otros títulos del destape y del cine clasificado 'S' como Mi conejo es el mejor de Juan Carlos Aured. Con
el tiempo, llegó incluso a dejarse ver en filmes pornograficos
dirigidos por Jess Franco. Entre su filmografía como directora, también
marcada por lo sicalíptico, encontramos títulos como Un pito para tres o El chupete de Lulú.
Seamos honestos: en casi doscientas películas cabe mucha basura y Jesús
Franco hizo varias que sólo se pueden ver enteras tirando de avance
rápido (pienso sobre todo en la etapa que comienza a finales de los 90,
con títulos como Vampire Blues o Vampire Junction), otras que sólo satisfacen a los pornógrafos más curiosos y con mayor sentido del humor (El ojete de Lulú, Phollastía) y muchas otras rarezas a descubrir aparte de sus trabajos mejor considerados (Gritos en la noche, El secreto del Dr. Orloff, Las Vampiras…)
que van desde el drama y la comedia costumbristas al gore puro, de la
psicodelia pop al jazzístico detectivesco, rodadas en España, en
Alemania o donde fuera, con Klaus Kinski, Christopher Lee o Antonio Mayans…
Con todas sus irregularidades, el suyo es un cine rebelde, a veces
adelantado a su tiempo (podríamos considerarle uno de los pioneros en
España del hoy tan de moda cine low-cost), en ocasiones demasiado tosco e incluso aburrido, aunque también, qué duda cabe, siempre hipnótico y valiente.
“Amo el cine, como actriz, como montadora, como técnico de rodaje y
como espectadora. Me gustaría convertirme en una buena directora. Dicen
que soy una exhibicionista. Todo actor lo es, y lo acepto gustosa. No
soy una hipócrita”. Estas palabras de Lina Romay abrían el monográfico The Lina Romay file. The intimate confessions of an exhibitionist
(1996), de Tim Greaves y Kevin Collins, uno de los muchos testimonios
de la larga proyección de la actriz como figura de culto entre los
aficionados al cine de géneros y subgéneros del mundo entero.
En su primer papel protagonista en La comtesse Noire (1973):
la imagen de Lina Romay, en la piel de la condesa Irina Karnstein,
emergiendo de un bosque neblinoso con botas altas, un cinturón y una
capa negra como único atavío, resume toda la inquietante belleza y la
extraña poesía que a veces aguardan en las presuntas zonas abisales del
cine.
@
BDSM Movie Review
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Retumbarama!
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